Siempre he dicho que ser petizo tiene sus ventajas (aunque no tantas como tener cara de niño). Pero nunca tomé en cuenta que dentro de las desventajas estaba una que dice "Alta probabilidad de morir asfixiado y/o aplastado en un concierto de Soda Stereo".
Viernes por la tarde, cerca de las 4. Los alrededores del Monumental eran un mercado de souvenirs (¿quién compra un disco de vinilo pintado antes de entrar a un concierto?). Inmediatamente rezamos para que la cola que veíamos no fuera la nuestra. Y no era. La nuestra ya le daba la vuelta al estadio. Grande mi amigo Pato que apareció con el salvador "Vení, metete aquí con nosotros". Dos horas de cola ahorradas. Uno avanzaba y encontraba más vestigios de la espera. Botellas de agua, de Coca, bolsas de pan, diarios, un 7 de corazones, un 2 de bastos español y una colchoneta. Según Pato, había gente ahí desde el jueves.
5:30pm aprox. Entramos. La cancha aún estaba bastante vacía así que avanzamos hasta quedar a unos 30 metros del escenario, tirados a un lado. Y a sentarse a esperar, mientras me pedía un pancho de rigor (momento oportuno para comentar que me había ido sin almorzar).
La espera fue cada vez más angustiante. La gente seguía entrando y seguía sentándose. Cada 30 minutos (en una reacción en cadena incomprensible) todos nos parábamos y corríamos unos metros hacia el escenario. O sea, cada vez estábamos todos más pegados. Hasta que en una adelantada la gente no se sentó más. 1 hora después comenzó a faltar el aire. Los videitos de la previa se volvieron objeto de pífeas y botellazos. Otra hora más así. En compensación (¡oh casualidad!), habíamos quedado estratégicamente posicionados junto a dos chicas que estaban solas. Chamullo malintencionado hasta escuchar la palabra "dieciseis" salir de sus bocas.
Hasta que por fin (como diría luego también Cerati), comenzó. En ese momento, comprendí que, realmente, soy pequeño. No ver más que la espalda del de adelante era lo de menos. La presión entre los cuerpos era tal que si tenías los brazos abajo no podías subirlos y si los tenías arriba no podías bajarlos. La masa se había convertido en un solo cuerpo y cada movimiento era una lucha por sobrevivir, por seguir apoyado en el de tu costado, por no tropezar, por mantenerte de pie y no morir aplastado.
El desfile de asustadas, mareadas, vomitadas, desmayadas y sus respectivos novios comenzó al segundo acorde de guitarra. Yo sólo pensaba "Aguanta conchatum...". Al medio de la segunda canción, cuando veía mi futuro más incierto que nunca, escuché la voz de Juan que me gritaba "Chato, tenemos que salir de este mierdero". Volteé e intenté salvar a una de las niñas, que me dijo "Nos quedamos, nos quedamos". Ah bueno, jódete sola. Salir del ojo del huracán fue otra lucha contra la marea. Poco a poco llegaría el aire, el espacio y el disfrute en medio de la gente que saltaba pero sin riesgo de muerte. 24 horas después, ya solo queda un jodido dolor de piernas.
Como dije al inicio, ser petizo tiene sus desventajas. A Zeta Bosio lo ví un par de veces cuando se acercó a mi lado del escenario, a Cerati le llegué a ver el sombrero en mi máximo momento de empinación y de Charly Alberti sólo vi las vaquetas volando hacia el público al final del concierto. Para lo demás, excelente estuvo la pantalla gigante. Ausencias grandes sólo las de "Trátame" y "El Rito". Sonido impecable, un montaje alucinante y unas luces para caerse de culo. Ojalá lleven lo mismo a Lima. Vale totalmente el riesgo de asfixia.