Han pasado casi 24 horas desde que el mensaje de mi prima me sorprendió saliendo de clases. El texto en mi celular era breve y claro. Hubo terremoto en Perú, ¿dónde estás?
Lo que vino a continuación fue algo completamente nuevo para mí. Nuevo y jodido, pero extrañamente tranquilo. Fue como aplicar una secuencia lógica. Como si un procedimiento básico preconfigurado en mi interior se hubiese activado por sí solo. Llamada automática para descartar la posibilidad de broma, confirmación de que la familia estaba bien, dos horas ininterrumpidas de messenger cerciorando la tranquilidad de los amigos y las imágenes de CNN intocables en la TV. Así se me pasó la noche.
Hoy las cosas fueron distintas. Casi 24 horas después, confieso que el impacto por fin ha llegado. Me agarró sin avisar, por la tarde, en un colectivo y disfrazado de mensaje en mi casilla de voz. Era mi amigo Emma, que llamaba preocupado por las noticias que encontró en el diario. Conforme fue pasando la noche, el choque de ese mensaje fue repitiéndose, cambiando de forma, pero sobre todo, golpeando cada vez más profundo en mí.
¿Será que las sensaciones también tienen que recorrer distancias? ¿Será que a los medios de comunicación les cuesta cierto tiempo desplegar todo su poder? No lo sé. Tampoco me importa encontrar una respuesta. Pero sí sé una cosa. Me cuesta recibir el golpe así, a lo lejos. Me cuesta la sensación de impotencia que generan 3143 kilómetros de distancia. Me cuestan las imágenes que cada diez minutos se actualizan en Internet. Me cuesta el número que sube de 250 a 380 y luego a 510. Me cuesta ver los correos de mis amigas recolectando ayuda y organizando envíos de donativos. Me cuesta leer a chilenos enviando mensajes de solidaridad a través de la página web de El Comercio. Me cuesta recibir los mensajes de mis amigos argentinos en el celular preguntando por mi familia y deseando que todos estén bien. Me cuesta ver la solidaridad del mundo. Me golpea. Me sorprende. Me da esperanzas. Arriba Perú, carajo. Arriba.
Lo que vino a continuación fue algo completamente nuevo para mí. Nuevo y jodido, pero extrañamente tranquilo. Fue como aplicar una secuencia lógica. Como si un procedimiento básico preconfigurado en mi interior se hubiese activado por sí solo. Llamada automática para descartar la posibilidad de broma, confirmación de que la familia estaba bien, dos horas ininterrumpidas de messenger cerciorando la tranquilidad de los amigos y las imágenes de CNN intocables en la TV. Así se me pasó la noche.
Hoy las cosas fueron distintas. Casi 24 horas después, confieso que el impacto por fin ha llegado. Me agarró sin avisar, por la tarde, en un colectivo y disfrazado de mensaje en mi casilla de voz. Era mi amigo Emma, que llamaba preocupado por las noticias que encontró en el diario. Conforme fue pasando la noche, el choque de ese mensaje fue repitiéndose, cambiando de forma, pero sobre todo, golpeando cada vez más profundo en mí.
¿Será que las sensaciones también tienen que recorrer distancias? ¿Será que a los medios de comunicación les cuesta cierto tiempo desplegar todo su poder? No lo sé. Tampoco me importa encontrar una respuesta. Pero sí sé una cosa. Me cuesta recibir el golpe así, a lo lejos. Me cuesta la sensación de impotencia que generan 3143 kilómetros de distancia. Me cuestan las imágenes que cada diez minutos se actualizan en Internet. Me cuesta el número que sube de 250 a 380 y luego a 510. Me cuesta ver los correos de mis amigas recolectando ayuda y organizando envíos de donativos. Me cuesta leer a chilenos enviando mensajes de solidaridad a través de la página web de El Comercio. Me cuesta recibir los mensajes de mis amigos argentinos en el celular preguntando por mi familia y deseando que todos estén bien. Me cuesta ver la solidaridad del mundo. Me golpea. Me sorprende. Me da esperanzas. Arriba Perú, carajo. Arriba.
3 comentarios:
me ha pasado lo mismo marito, y hasta me demoré más. Dos dias después, mu reacciona y dice "joder, fue terremoto".
:(
...es verdad, cuesta entender muchas cosas, como ese spot en la televisión que dice que sólo el futbol une tanto a los peruanos...mentira, por lo menos estamos aprendiendo a ser unidos en otros momentos como este, pero me pregunto, es necesario que lleguen estos momentos para unirnos?
Lamentablemente, a la hora en que las papas hierven, en el Perú cada uno tira la cuerda para su lado. Ahí está el descalabro de nuestra unión, en los intereses personales que generalmente van por delante. El día en que los peruanos nos unamos no para resolver sino para proponer, las cosas comenzarán a cambiar. Para eso, debemos cavar primero hasta la raíz de casi todos nuestros males: La educación. La nuevas generaciones crecimos con un perfil diferente, más valorativo, más integrador. Depende de nosotros aplicarlo. Nos tengo fe, anónimo.
Publicar un comentario